jueves, 29 de noviembre de 2012

La Comida y las Hermanas


Chicos.- empecé diciendo… los cuatro estamos decididos en admitir que somos alegres y sanos y que amamos la vida. ¿No es así?

Y los cuatro asentimos con un fuerte ¡¡SI!!

Bueno, pues, he tenido una idea fabulosa. Si la ponemos en practica, nuestros tres últimos días que nos restan por estar aquí. Pues…Escuchad con atención. Todos hemos visto y evitado a las dos hijas de la cocinera (Rosario y Pepita), por que no nos atraen ni un ápice. No obstante, uno o dos de nosotros tenemos que tenemos que pasar una noche con Pepita o con Rosario, y tendrá que decirle que esta loco enamorado por ella y que lo único que les puede separar es el menú mexicano que nos da su madre cada día.
El afortunado o afortunados tendrán apañárselas para hacer que una de ellas o a las dos convenzan a su madre para que nos haga comida española durante el resto de los tres días que faltan.

 Enfermos como estábamos a consecuencia de comida, la idea de un escarceo amoroso con las hermanas nos puso todavía más enfermos.

Les dije: Ahora amigos como ya sabemos de que después de conocer a las hermanas, seria difícil buscar entre nosotros voluntarios…Ya que no veo a nadie que alce la mano. Pero como somos hombres de honor, sugiero que juguemos a la paja mas corta, y así algunos tendrán el placer de pasar una noche con los monstruos.

 Después de las muchas quejas y palabrotas que ahora mismo no voy a detallar, por respeto a l@s lectores del blog…Rápidamente prepare los cuatro palillos, rezando en silencio que no fuera yo uno de los elegidos.

Ni yo, ni Juan, ni Luis, ni Jorge quisimos indicar cuales fueron los desgraciadamente afortunados con los palillos del flirteo para entablar y llegar a una feliz noche con las jovencitas.

Cuando el jueves por la mañana nos sentamos en la mesa para desayunar, y mientras mirábamos con la boca cerrada una gran fuente de tamales, los que perdieron jugando a las pajas mas cortas empezaron su campaña de conquistar a la mexicana, poniendo ojos de cordero y en lanzarles miradas de amor.

Si digo que las chicas se sintieron sorprendidas y aduladas seria decir poco. En una pensión que hay escasos diez hombres, aquella era la primera vez que algunos las habían mirado sin dar muestras de nauseas. Las chicas empezaron a mirarlos con ojos de perro perdiguero y a sonreír les mostrando sus dientes completamente retorcidos.

 Aquella misma noche una de ellas se insinuó a Juan (no quería mencionar su nombre) mientras estaban tumbados en el jardín, ella le dijo que si deseaba algo no tenia mas que pedirlo. Pero antes… quisiera verme arrullada en brazos de tan bello joven.

Aunque Juan quedo apabullado ante tamaña sugerencia, no sentía un cobarde. Escucha Pepita mía, rosa de México…"dijo el"…, esta misma noche, mas tarde tendrás todo que quieras de mi.

 No sabíamos lo que paso pero al día siguiente por la mañana amaneció un día radiante al igual que Pepita y Rosario. Y llegaba desde el comedor un olorcito de huevos con jamón delicioso.

Nadie sabe aun quien fue el otro compañero que se encargo de enamorar a Rosario y pasarse una noche de amor. Pero para almorzar, tuvimos pollo asado y pasteles. Aquella noche tuvimos para cenar una gran bandeja repleta de chuletas, patatas bravas y sandia fresca con helado.

Aunque todos preguntábamos por el segundo mártir nadie soltó prenda, y así poder saber lo que había ocurrido la noche anterior…los amigos dieron lo que tenían y ahora se limitaban a sonrreir.

Tan pronto como hubo consumido la última cucharada de helado Juan, ignorando las miradas insinuantes de Pepita y sus agresivas provocaciones, salió disparado del comedor y se fue corriendo a los lavabos.

Los amigos con los estómagos liberados de aquella dieta mexicana dimos ánimos al amigo Juan y palmaditas de cariño en la espalda por su buen comportamiento para que siguiese con el tema de la Pepis.

De los lavabos salimos corriendo a dar mil vueltas por el pueblo y festejar lo bien que habíamos comido gracias a Pepita. Y después de las mil vueltas regresamos a la posada y allí estaban Pepita y Rosario. Creo yo que las vis muy ansiosas de pasar una nueva noche éxtasis. Estaban sentadas ante la puerta principal, oliendo una rosa y esperando a sus amados.

 Pero Juan estaba muy alerta a los movimientos de su gárgola particular que estaba allí sentada, se deslizo rápidamente por la parte posterior de posada , se encaramo a una ventana que estaba abierta , corrió hacia nuestra habitación y cerro la puerta con sumo cuidado . Los demás tuvimos, para poder entrar, de que no era Pepita.

Pasamos aquella noche bien y con mucha tranquilidad…sábado por la mañana, nuestro último día, viene a continuación (siempre después de un viernes). Los cuatro nos chupábamos los dedos pensando en las tres comidas que nos esperaban. Nos vestimos rápidamente y bajamos a desayunar.

 Solo nos dimos cuenta de que ninguna furia de los infiernoooos era parecida a la furiaaa de una mujer desdeñada. Cuando aparecieron Pepita y Rosario y pusieron encima de la mesa una fuente enorme de tamales... Para almorzar los frijoles. Y ya se lo que pensáis, y estáis en lo cierto. Cena chile con carne y café mexicano.

 El otro amigo de la paja corta que no conocíamos y lamento decirlo…Era Yo

miércoles, 14 de noviembre de 2012

Algo del pasado verano

Hace días que no cuento nada, pero en vista de que hoy 14 noviembre 2012 es día de huelga general, y yo me aburro un montón, pues me decido a contaros algunas peripecias.

 El verano de este 2012 salimos del pueblo donde estábamos instalados para irnos a buscar un poco diversión en otro lugar más apartado, pero sin dejar de ser otro pueblo costero. Además de los cuatro amigos en la pensión que nos instalamos había otros seis turistas más, tres alemanes y otro de nacionalidad peruana, y también una pareja de chicas mexicanas.

Siempre hemos pensado que las chicas constituyen un invariable bombón irresistible. Bueno pues aquellas dos chicas se llamaban Rosario y Pepita, eran desgraciadamente como dos perros. Sus encantos exteriores comprendían una serie de dientes torcidos, un busto oblicuo y unas narices como mapas en relieve de mismísimo Alpes.

A pesar de todo éramos hombres, siempre al acecho y no con muchas exigencias, las dos eran un desafío para nosotros.

Cuando nos metimos en la pensión, no teníamos ni idea de que la cocinera procedía de más allá de Rio Grande. Por esto a la mañana siguiente, al descubrir que el desayuno se componía de unas cosas llamadas tamales calientes y café mexicano. Se trata de un café que no se puede describir en pocas palabras. Se trataba de algo que no podías beber… tuve que mascarlo con fuerza antes de tragarlo.

Los tamales nos parecieron un sustituto de los huevos. Y ciertamente tampoco estábamos acostumbrados a tomar frijoles para almorzar. Sin embargo, aquella noche, cuando la patrona nos sirvió su pieza de resistencia, chile caliente con carne, nos dimos cuenta de que, a pesar de que no estábamos en México, nuestros estómagos se encontraban orientados en aquella dirección.

Aquellas tres comidas no nos sentaron demasiado bien, y pasamos la mayor parte de la noche gruñendo, agitándonos y dando vueltas en la cama. Las comidas del martes y el miércoles no difirió en absoluto se la del lunes. No vario ni un solo gramo de chile. El miércoles por la noche habíamos comido tanta cantidad de aquella bazofia sazonada con pimienta, que la mayor parte de nuestro tiempo entre las comidas solo lo ocupábamos en consumir frecuente dosis de agua, en un vano esfuerzo para apagar los fuegos que abrasaban nuestros estómagos.

 Después de tomar nueve comidas mexicanas durante tres días, nos dimos cuenta de que el agua en cantidades anormales no era la solución a nuestro problema, lo interesante hubiese sido una manguera.

Próximamente ya contare nuestro acercamiento a las chicas mexicanas… Hasta pronto Amigos